miércoles, 11 de junio de 2008

No pienso asi...


Amor: una serpiente con dos cabezas que se vigilan sin cesar.
Elías Canetti


Las doce en punto. Gustavo sentía como los rayos de sol impactaban severamente ante su rostro desde hace ya bastantes minutos. No se quería levantar, no quería ni abrir los ojos. Era domingo y tenía el tiempo necesario para descansar, recomponerse, luego del gran “espectáculo” que tuvo con sus amigos ayer en la noche. De esos carretes inolvidables, para no olvidarlos a lo menos un mes. Finalmente se decidió a abrir sus ojos, mientras estiraba sus brazos y suspiraba en lo mas hondo de su ser. Su cuerpo temblaba y sentía como los rayos de sol le propinaban una sombra perfecta de si mismo en el piso. Medito un momento mirando hacia el balcón y luego se restregó los ojos, aún no olvidaba todo lo que había acontecido ayer en la noche. Y que gran noche sin duda. Río por algunos segundos con ese tono irónico que lo caracteriza. Se acerco hacia su equipo de música y sintonizó su radio favorita para ambientar lo que sería el día de hoy. Los domingos nunca son esperados por nadie, sobre todo si el cansancio agota tu cuerpo.
Mientras seguía sin poder quitarse el sueño se fue directo hacia la cocina, y de su refrigerador saco una leche en caja. En un par de segundos se había bebido la leche helada que combinado con el poco sabor a licor, que aun mantenía de la noche anterior, le daba un sabor agrio. Pero cuando quieres vencer tu sed cualquier cosa sirve, y eso lo sabía muy bien. Fue ahí cuando recién se recompuso y pudo vencer al sueño. Fue ahí cuando recordó que en pocos momentos más llegaría la Caro, su polola. Se asustó y rápidamente se dirigió hacia el baño para restregarse su rostro y para bañarse con su perfume lujoso, aquel que siempre lo sacaba de apuros. Como en esta ocasión. Sabía que no tenía tiempo para bañarse así que cogió los primeros calzoncillos y blue jeans que encontró y se los puso a la fuerza. Se detuvo un momento para contemplarse ante el espejo. Se egolatraba a si mismo, sabía que todas las mujeres caían fácilmente a sus encantos, tenía el don que muy pocos hombres poseían, era sin duda un afortunado. Termino sus meditaciones y cogió su polera con el logo de Heyneken. En un dos por tres estaba listo para recibir a su estimada polola, y esta vez iba a ser diferente pues sabía que les esperaba una ardua y profunda conversación. Las cosas no estaban nada de bien de hace tiempo, y en este día quedaron de acuerdo para tomar una determinación que quizás generaría un cambio radical en el año y medio que llevaban juntos.
Ordenó su cama para dar cuenta de que nada había pasado. De que todo seguía tan normal como siempre, aunque suene irónico. Finalmente callo rendido a la cama esperando arduamente la llega de su amada. Sabía que cuando sonara aquella puerta todo iba a sufrir un cambio y, le gustara o no, no iba a ser el más positivo de todos. Gustavo a pesar de todo parecía tranquilo, confiaba en su instinto de galán y persuasión. Creía que todo iba a seguir tan normal como antes. Poco a poco perdía la noción del tiempo y parecía que el sueño lo iba dominando, pero finalmente sonó el famoso “toc toc” que le daba cuenta de la llegada de su visita. Gustavo se puso de pie de inmediato y por inercia hecho a correr. Sin embargo, tropezó con el costado de su cama y, acto seguido, calló fuertemente en el piso. El galán adolorido rápidamente se puso de pie. Exclamó su dolor con un contundente “concha su madre” y luego le dio una patada a la cama, pero prefirió guardar silencio y no dar más importancia al feroz golpe que se había llevado. Se fue cojeando a abrir la puerta, y finalmente apareció la Caro.
- Amor, te estaba esperando- dijo él, intentando besar a su amada.
- Tuve que hacer otras cosas antes. Ya sabes, con todo esto de la universidad, no tengo tiempo para nada- replico ella, esquivando el beso.
- Me imagino.
- Olor a ese fragante perfume. ¿A que se debe la ocasión?
- La preguntita amor. Obvio que por ti, tenía que esperarte de forma decente.
- Por favor Gustavo. ¿Cuando has sido decente tu?
- Yaaa… ¿Vas a empezar con lo mismo Caro? Te lo digo en serio. Me arregle solo porque venías tú.
- A mi no me engañas, te conozco desde hace dos años Gustavo. Se que ayer estuviste bebiendo con tus amigos hasta altas horas de la noche, es cosa de verte la cara.
- ¿Yo? ¿Estas loca Caro?... Yo te dije que iba a dejar eso por ti. Amor, yo estoy cambiando, quiero que nuestra relación sea la misma que antes- dijo él cogiendo la mano de su amada.
- Así que estas cambiando por mi… ¿De hace cuanto? - replicó riendo irónicamente.
- Desde que lo nuestro no ha andado bien.
- Se sincero por favor.
- Estoy siendo sincero. ¡Te lo juro Caro!.
- Se nota que no cambias Gustavo. Vas a seguir siendo el mismo de siempre.
- Hasta cuando te tengo que repetir que no te estoy mintiendo- le dijo él acercándose hacia su amada.
- ¡Córrete!
- Pero amor…
- No me vengas con tus historias repetitivas. Me se tus mentiras de memoria, y esto realmente no puede seguir así.
- Pero rehagamos lo nuestro, si ambos ponemos empeño yo creo que…
- ¿Qué crees?
- Quizás todo esto tenga solución. Tanto tiempo llevamos. No vale la pena acabar con esta relación tan linda.
- Pero tú te lo has buscado.
- Lo sé amor.
- Lo sabes, y mejor que nadie. Yo siempre intente que las cosas resultaran de la mejor forma posible- replicó ella mirándolo fijamente a lo ojos.
- Perdóname Caro. Dame una oportunidad por favor, te lo suplico.
- ¿No te da vergüenza? ¡Mírate por favor!
- No te entiendo. ¿Cuantas veces me dijiste que me amabas y ahora me vienes con esto?- dijo él con un par de lágrimas que brotaban de sus ojos.
- Ya no eres el mismo de antes Gustavo. Yo no me presto para el servicio de nadie. Ahora tu busca entre medio de tus “amiguitas” y vete a pasarlo bien con ellas.
- Caro, tu eres la única mujer a la que quiero. Tu eres mi cielo, mi razón de ser, mi todo…
- ¡Uhhh! Discurso repetitivo… Abúrrete por favor.
- ¿Qué hago para que me perdones? -preguntó restregándose sus lágrimas.
- Nada. Esto ya se acabo y punto.
- No puede ser. ¡No! - replicó sollozante.
- Sí, y espero que entiendas que nada va a hacer cambiar de decisión.
- Te amo Caro.
- A veces me das vergüenza- dijo ella mirando en tono despectivo a Gustavo.
- Dame un beso por favor - replicó él con los ojos enrojecidos.
- ¿Acaso no entiendes? ¡Fin! Lo nuestro ya no sigue.
- Por favor dame un beso. Es lo último que te pido.
- Tu estas loco Gustavo. Cada vez más loco.
- Loco de amor por ti Caro.
- Por favor Gus…
Gustavo la interrumpió y la abrazo fuertemente sintiendo el aroma de su cabello rojizo, exhalaba aquel aroma de mujer fuerte, llamativa, inteligente. Aquel aroma que llevaba impregnado en sus narices por dos años. Carolina cerraba los ojos, aun lo quería y lo tenía muy claro, pero esto no podía seguir así. Era tiempo de que el galán perdiera aquello más preciado que había ganado en este último tiempo. Gustavo pensaba y recordaba cada uno de los momentos que había vivido con Carolina, sus tantas anécdotas e historias que jamás se borrarían de su mente. Sus placeres sexuales que muchas veces a ambos los hicieron delirar. Él sabía que esto iba a ocurrir, pero no tan luego. No, sin duda que no era un final feliz. Comenzaba a correr lentamente su rostro buscando aquellos labios dorados que siempre lo hacían caer derrotado. Los sentía cerca, muy cerca, cada vez más cerca, pero se llevo nada más que una plena cachetada en el rostro.
- Te lo mereces por huevón - le grito ella.
Gustavo la intento detener, pero ya era muy tarde. Ella simplemente se marcho y dio aquel portazo que resonó en la casa como un sonido impotente, impaciente. Gustavo se tapo el rostro y se fue directo a su pieza, le dio una patada a su cama cobrando venganza de su hazaña anterior, y luego se lanzo a las sabanas cerrando los ojos. Era una pena verlo en ese estado, sin duda que daba mucha pena. Pero Gustavo no estaba llorando. Sorpresivamente estaba muerto de la risa. Reía nerviosamente, y algunas lágrimas brotaban de sus mejillas. Parecía raro, pero eso le gustaba, lo hacía sentir más fuerte, más galán. Más ególatra. Gustavo se puso de pie y miro hacia el balcón, a lo lejos estaba Carolina, los rayos impactaban directo sobre su pelo rojizo, ella caminaba a paso lento, le vio sacar un pañuelo con el que se restregó su cara. Sin duda que estaba llorando. Se detuvo un momento y giró para mirar hacia el edificio, para mirar directo hacia el departamento de Gustavo. Sería la última vez que observaría aquel famoso lugar donde vivió cosas que jamás había vivido en su vida. Aquel lugar donde por fin se había hecho mujer. Gustavo sintió ganas de levantarle los dedos del medio y replicarle que se fuera lejos de su vista, pero se contuvo y simplemente río irónicamente. Esa puta risa que lo viene caracterizando desde su nacimiento.
Era un hecho, la noche anterior había cagado a Carolina con otra muchacha, como lo había hecho tantas otras noches. Pero precisamente esa misma muchacha lo estaba llamando en estos instantes. Gustavo observo su celular impaciente, y este decía con la pantalla iluminada “Mi loquita”. Gustavo sonrío y contestó.
- Hola amorcito. ¿Cómo esta amor?- preguntó de inmediato.
- Mejor que nunca mi precioso. Increíble lo de ayer.
- Ya sabes amorcito. Ahora soy solo suyo y de nadie más.
- Entonces a la noche supongo que saldremos a carretear. ¿Mínimo, no crees?
- Obvio que si. Yo te paso a buscar. ¿Vale?
- Vale. Te estaré esperando guapetón.
- No puedo dejar de pensar en ti mi loquita. Te quiero demasiado.
- Yo igual. Yaaa… se me va a acabar la plata.
- Nos vemos a la noche entonces.
- Chao
- Adiós guagüita.
Gustavo cortó, con la sonrisa plasmada en su rostro, su cuerpo zigzagueó un momento y lanzó su celular a la cama lanzando un pequeño grito de ego hacia si mismo. Se miro al espejo mientras posaba y se olvidó por completo de todo lo que había pasado hace algunos momentos. Que irónico. Pero que más da, si la vida sigue igual, y nadie puede negar que el tipo es un gran hijo de puta.


My Sacrifice Inmortal